15 de junio de 2011

Realidad

La realidad te golpea, te lastima,
entra sin pedir permiso
y te confronta,
te cuestiona.

La realidad es mal educada,
no entiende de protocolos,
a veces ni de filosofías.
No respeta las conversaciones
ni el proceso creativo de un artista.

La realidad te hiere,
te penetra como un arma,
te ensucia y te desangra.
La realidad destruye el edificio de tus sueños
en un solo impacto
cruel y certero.

La realidad no conoce la misericordia
ni practica la sutileza.
No tiene consideración del más débil
ni del más iluso, y simplemente
se alegra de ver cómo se rompen las fantasías
contra el duro suelo de concreto.

La realidad parece a veces
una enemiga del alma,
de los ideales y los sueños,
pero la realidad no es mala.
La realidad es tan sólo eso.
Es, existe, está.
Es realidad.
Y hay que afrontarla.

21 de mayo de 2011

La bruja de campo


La noche cayó majestuosa sobre Chinauta. El sol se había retirado después de haber hecho alarde de su dignidad en un atardecer verdaderamente memorable que me preocupé de capturar en la cámara de video. Fue en ese momento cuando pensé titular la pequeña pieza documental sobre el ancianato - nuestra razón para estar en esa población - con el poco original nombre de "En el Ocaso de la Vida". Era el final de un día de trabajo para seis estudiantes universitarios que ahora sólo pensaban en conversar y beber un rato antes de acostarse. Continuaríamos las pocas tomas pendientes en la mañana siguiente y volveríamos a Bogotá cerca del mediodía.

Era la primera vez que nos reuníamos a beber. Habíamos estado trabajando en la preparación de ese trabajo durante algunas semanas, pero el grupo era lo suficientemente heterogéneo como para terminar enemistado a final de semestre. De hecho, ninguno de quienes estuvimos reunidos esa noche volveríamos a trabajar juntos en nuestras vidas. Una de ellos haría una modesta carrera en el modelaje, otra viajaría finalmente a Europa y yo abandonaría mi ejercicio profesional para dedicarme a vender flores y perseguir mi sueño de hacerme escritor algún día, preferiblemente antes de morir. De los otros, una joven que lamentablemente no recuerdo y un muchacho con perfil más empresarial que creativo, no tengo mayor noticia.

Habían motivos para celebrar. Fue un día de trabajo organizado, bien planeado, con toques de buena suerte que después se evidenciarían en el trabajo final. El hotel que nos acogía, propiedad de unos amigos de la familia de una de los presentes, bordeaba un precipicio a la derecha de la carretera. El paisaje era hermosísimo y el clima, extraordinariamente agradable. Sin saber de nuestras diferencias futuras, charlamos sobre los más insospechados temas, mientras se empeñaban en hacerme beber. Para esa época aún me quedaba mucho del abstemio empedernido que fui en mi adolescencia. Bebimos y conversamos de cosas que no recuerdo. Fue una buena noche.

Cerca de la una o dos de la mañana, decidimos ir a dormir. Teníamos labores pendientes al día siguiente y, contrario a lo que la gente suele imaginar de esos viajes universitarios, cada quien fue a la habitación que le correspondía. Para esa hora ya no existía paisaje alguno, solo una venerable oscuridad que cubría el precipicio y el río que casi sin emitir sonido corría caudaloso en el fondo. Las habitaciones estaban dirigidas a esa oscuridad e incluso en los baños se podía disfrutar el paisaje ya que su ventana, protegida por el abismo de la amenaza de los curiosos, era totalmente transparente. Dormí un sueño intenso, profundo, durante unas dos horas.

Me desperté en la oscuridad de la madrugada. Mi amigo roncaba felizmente del otro lado de la habitación. Sin hacer ruido, caminé en la oscuridad hacia el baño y no prendí la luz hasta no haber cerrado la puerta, para no despertarlo. Afuera reinaba la calma. Se escuchaba suavemente el sonido de los árboles movidos por un viento suave y un murmullo leve que atribuí al río. Tenía sueño y sentía los ojos hinchados. Me molestaba la excesiva luz del baño que se reflejaba en las baldosas blancas que cubrían el piso y las paredes. Pensé entonces que el baño relucía en la oscuridad del abismo como una linterna y que finalmente, aunque fuera desde una distancia considerable, alguien bien equipado podría espiar a los huéspedes de aquel lugar sin dificultad. Agradecí ser hombre y no sufrir ese pudor.

Entonces sucedió. Una carcajada burlona, corta resonó en la oscuridad del abismo. -"Jujujujujujuju" Abrí los ojos y enderecé mi espalada, sentado como estaba en el inodoro. Ciertamente era una posición incomoda para mirar a través de la ventana que se hallaba justo a mis espaldas y en la oscuridad sólo se veían unas pocas ramas de las copas de los árboles. Pensé que estaba atrapado por las circustancias, sentado allí, sin poder moverme. Sentí una tentación de risa por ese hecho. No estaba asustado, pero era para mí una situación bastante singular. Las explicaciones se elaboraban rápidamente en mi cabeza, cuando lo escuché de nuevo: -"Jujujujujujuju". Era una risa claramente humana, femenina, burlona. Alguien quería gastarme una broma desde el suelo lejano. En la oscuridad de aquel lugar, era un blanco fácil. Cualquiera podría suponer qué hacía yo despierto en ese lugar, y no habría forma de que pudiera identificar a la culpable.

-"Jujujujujujuju". Otra vez. Tal vez en un lugar distinto. Tal vez entre la copa de los árboles. Un sonido que bien podría ser causado por un pájaro, aunque me pareció oirlo claramente humano. La situación era curiosa, pero ya era un poco desagradable. Finalmente pude incorporarme y retirarme de ese lugar. Abrí la puerta del baño y estiré mi mano al interruptor para apagar la luz. Justo en ese momento el fuerte ruido de algo que chocó contra la ventana hizo saltar mis músculos y volteé a mirar con nerviosismo. Allí, contra el cristal, ví la silueta de un pájaro negro, desconocido, grande. Su tamaño me pareció similar al de una gallina. Me pareció que algo en la fisionomía del animal no encajaba bien, y en su momento no pude determinar qué era eso tan extraño que me llamaba poderosamente la atención. Sin embargo, contra mis propias suposiciones, la visión de este extraño animal no me produjo un mayor miedo, sino alivio. -"Era un pájaro", pensé sonriendo. Apagué la luz, cerré la puerta y me acosté a dormir, tan profundamente como antes.

Después de una mañana de trabajo en el ancianato, partimos de nuevo hacia la ciudad. En esas horas de reposo, me puse a pensar en mi experiencia, tratando de recordar cada detalle. De repente, la imagen del extraño pájaro reapareció en mi memoria y un escalofrío recorrió mi espalda cuando pude comprender qué detalle lo hacía tan particular: ¡el animal no tenía pico!

12 de mayo de 2011

Cotidiana

Hay días en que me levanto
con una cierta tristeza
no muy grave
que es más bien como un tono,
una suave melodía de fondo
que lo recubre todo
y que, a veces,
se pone de acuerdo con el clima.

Podría culpar de esa tristeza
a un amor esquivo
a la añoranza de otros paisajes
al deseo de una vida más simple
o una más agitada.
Podría culpar, ¿porqué no?
al clima o al cemento gris
de la ciudad en que vivo.

Pero lo cierto es que esa tristeza
son mis ganas de escribir
mis anhelos de esperanza
la rebeldía de creer
en las verdades abandonadas
mi propósito de enmienda
siempre pospuesto
mi último síntoma de humanidad.

Por eso no reniego de ella
la acaricio, la acepto
y la llevo conmigo a donde vaya
y le ruego a veces que me inspire
que me regale unas palabras
para consolarme después al compartirla.

Es una tristeza feliz, si me permiten,
un impulso vital que me acompaña.



29 de abril de 2011

Método


La alegría es audaz y es charlatana
fanfarrona, grandilocuente
y busca llamar la atención
de todos en la fiesta.

Pero la tristeza, oculta en su silencio,
es fecunda y reflexiva.

Por eso se canta con mayor belleza
lo que se anhela y se espera
pero aún no se ha obtenido
pues detrás de la esperanza
subyace la tristeza
de quien busca
y no encuentra una respuesta.

Si quieres escribir, amigo mío,
embriágate de soledad
y nútrete de desengaño
y envía tu alma a las llanuras
a caminar los campos como el Quijote
que oculta el corazón de un Cervantes
preso, desconsolado y aburrido.

Y entonces tus palabras llegarán
a los corazones tristes y maltrechos
de quienes ansían creer tus fantasías
y amar y ser libres por un tiempo
y abrazar en el aire los instantes
que la vida les niega de otro modo.

Habrás tocado las fibras más sensibles
de la universal tragedia
de los seres humanos.
Compartirás ese amor que tanto anhelas
con el solitario y el miserable
y ambos creeran que existe
y serán felices un momento.

16 de abril de 2011

Instantánea

Y la garza, después de cuatro horas de espera, atacó con rapidez y eficacia. Atrapó un buen pez, exquisito alimento. Ahora estaba lista para quedarse inmóvil por otras cuatro horas.

13 de abril de 2011

Ímpetu (mamarrachos al reverso de una fotocopia)

Después de encontrar ese pedazo perdido, esa pieza faltante, sentí que volvía a ser más importante que la lluvia que caía sobre mi rostro, que el mundo que caía encima mío, que todo lo gris, oscuro y maligno. Recobré la locura olvidada y comencé a contarme, maravillado, historias nuevas y desconocidas.

Sentí el amor que desde hace un año no sentía. Nuevamente en mayo - qué curioso - me dieron esas ganas incontrolables de reír, que al ser notadas solo provocaban más risas y que desbordaban en carcajadas involuntarias e injustificadas si pensaba demasiado en ellas.

Sentí, con total seguridad, que el amor nada tiene que ver con estar al lado de la persona amada. El ser correspondido es apenas un accidente del tiempo y el espacio, una cosa exterior que en nada afecta lo que sucede por dentro. Si no me aman - al menos en este momento - no me importa. Importa que yo amo, no por alguna razón, sino porque me es imposible no amar.

Volví a ser más importante que la lluvia, y mi pluma es arrastrada por una fuerza conocida y olvidada de la que soy la más feliz víctima.

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Fe de Erratas:
Este texto, ya viejo, fue objeto de correcciones gramaticales absolutamente necesarias antes de ver la luz en este blog. Sin embargo, no pude eliminar ese uso erróneo de dos tiempos verbales sin sacrificar el sentido que buscaba en su momento. El error se queda. Hay defectos que son demasiado testarudos.

7 de abril de 2011

La inocencia de la cárcel

Jueves. Diez y treinta de la mañana. Dos reclusas empujan una caravana de niños montados en sus cochesitos, que avanza desde el patio administrativo del penal hacia la guardería. Detrás de ellos vienen los niños que ya pueden caminar. Se abren paso entre un grupo de guardias que conversan en el parqueadero. A su lado se alza un arrume de guacales, cajas plásticas de gaseosa y botellas de jugo fermentado. Los niños comienzan su rutina casi tres horas tarde.

La Cárcel del Buen Pastor había despertado esa madrugada con la llegada de un bus cargado de guardias, que venían a realizar un operativo sorpresa, después de que el presidente de la república anunciara la noche anterior la cancelación de los diálogos de paz con la guerrilla de las Farc. Desde las cinco de la mañana hasta las diez y treinta, los niños permanecieron con sus madres fuera de sus celdas, esperando en los patios que todo volviera a la normalidad.

Los niños avanzan a través de una cerca de malla verde y entran en un ambiente totalmente distinto. Un payaso sonriente pintado en la pared les da la bienvenida a su segundo hogar y las profesoras se apresuran a recibirlos. Los niños más pequeños son llevados a sala cuna y los más grandes entran en su salón y comienzan a jugar entre ellos.

Rezagada del grupo, Camila Chinchilla llega casi diez minutos tarde. A sus tres años de edad y con una estatura que rebasa la de los demás niños, entra con autoridad en su salón. Parece disgustada, seria. Se niega a jugar y bailar con los otros niños. Su actitud demuestra que ya comienza a afectarse por su entorno. De repente, una sonrisa sale de sus labios después de casi media hora de inexpresión y su rostro recupera los rasgos juguetones de su edad.

Habiendo pasado por todas las etapas posibles para un niño dentro de la cárcel, Camila es el ejemplo más completo de todos. Nació una noche de Navidad, cuando su madre cumplía siete meses de condena. No tiene familiares cercanos, ni conoce a su padre, quien simplemente no se hace responsable. Por esta razón no ha salido de la cárcel ni un fin de semana. No extraña la libertad que no conoce.

"Yo soy del quinto", responde Camila, sin titubear, cuando alguien le pregunta de dónde es. "Es allá arriba", añade, y señala la dirección en la que queda el patio No. 5, donde vive, en una celda que no duda llamar "casa". Sus ojos oscuros y grandes y su cabello castaño muy liso cortado hasta casi los hombros le dan una mirada picardía muy graciosa cuando lo dice.

Mientras los demás niños juegan con plastilina, ella sitúa su tablilla en medio de dos mesas y juega a vender comida, tal como lo hace su madre. Primero vende helados a $200, $400 y $600, siguiendo la ocupación materna. Luego amplía sus productos a carne frita, pescado, pollo o cualquier plato que se le cruce por la cabeza.

La hora del almuerzo ya se acerca, y Camila sale a jugar con sus compañeros. Ya son casi las once y treinta y para este momento deberían haber pasado dos descansos y dos horas de actividad en el salón. Los niños juegan un rato en los rodaderos de colores, o persiguiendo a "Simpson", un conejo blanco que permite que lo persigan, lo acaricien y lo molesten y luego pasan a comer.

Después del almuerzo, alrededor de las doce y treinta, Camila duerme su siesta en un salón dotado de camas para este fin. Cierra sus ojos con tranquilidad ignorando que ella pasa por el último estado por el que un niño puede pasar en una cárcel. Tiene tres años, y la ley obliga a su madre a separarse de ella. Será enviada en protección al Instituto Colombiano de Bienestar Familiar hasta que su madre cumpla la condena.

Esneida, su madre, parece ser una mujer fuerte. Tiene los mismo ojos oscuros de su hija, pero su piel es mucho más clara. Su cara refleja calma, observación. Sin embargo, sus ojos se inundan tan pronto se llega a este punto. Ella esperaba haber salido en junio del año pasado, con una libertad condicional que le fue negada cuando ya estaba lista la orden de salida. Ahora sabe que la impugnación que adelanta ante la Corte puede tardar mucho más que los papeles del ICBF que han demorado la partida de su hija.

No hay mucho que ella pueda hacer al respecto. Hace un tiempo, una madre se opuso a la entrega de su hijo, alegando que el niño no tenía la edad reglamentaria. Finalmente la convencieron de que su hijo estaba recibiendo mucho daño por estar allí, y ella lo entregó. Si no hubiera cedido, el incidente pudo haber aumentado su condena y el niño hubiera sido sacado de la cárcel de todas maneras.

Alrededor de las tres de la tarde, después del sueño y una hora de actividades, Camila se quita su uniforme y regresa con su madre. La acompaña a vender helados en la caseta del patio de visitas y juega con Arnold y Mónica, sus muñecos favoritos. Le da una vuelta o dos al patio en la bicicleta que recibió la Navidad pasada y la deja parqueada nuevamente. No le gusta la televisión, aunque se dice llamarse "María Belén" en honor a un niña que aparece en un programa de la tarde.

Le agrada estar con Noemí, una reclusa que es para ella como su abuelita, pero prefiere mantenerse cerca de su madre. A Esneida también le gusta esa cercanía. Porque la cárcel es un lugar peligroso, con muchos vicios latentes. Porque cada día a su lado puede ser el último.

Finalmente, la noche cae en el Buen Pastor. A las siete, los guardias hacen sonar los silbatos que anuncian el final del día. Camila se acuesta con su madre, en la cama que ella amplió con una tabla para dar más espacio a su hija. Camila cierra sus ojos y duerme tranquila. Aún no sabe que la cárcel no es lugar para una niña.