12 de mayo de 2011

Cotidiana

Hay días en que me levanto
con una cierta tristeza
no muy grave
que es más bien como un tono,
una suave melodía de fondo
que lo recubre todo
y que, a veces,
se pone de acuerdo con el clima.

Podría culpar de esa tristeza
a un amor esquivo
a la añoranza de otros paisajes
al deseo de una vida más simple
o una más agitada.
Podría culpar, ¿porqué no?
al clima o al cemento gris
de la ciudad en que vivo.

Pero lo cierto es que esa tristeza
son mis ganas de escribir
mis anhelos de esperanza
la rebeldía de creer
en las verdades abandonadas
mi propósito de enmienda
siempre pospuesto
mi último síntoma de humanidad.

Por eso no reniego de ella
la acaricio, la acepto
y la llevo conmigo a donde vaya
y le ruego a veces que me inspire
que me regale unas palabras
para consolarme después al compartirla.

Es una tristeza feliz, si me permiten,
un impulso vital que me acompaña.



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