29 de abril de 2011

Método


La alegría es audaz y es charlatana
fanfarrona, grandilocuente
y busca llamar la atención
de todos en la fiesta.

Pero la tristeza, oculta en su silencio,
es fecunda y reflexiva.

Por eso se canta con mayor belleza
lo que se anhela y se espera
pero aún no se ha obtenido
pues detrás de la esperanza
subyace la tristeza
de quien busca
y no encuentra una respuesta.

Si quieres escribir, amigo mío,
embriágate de soledad
y nútrete de desengaño
y envía tu alma a las llanuras
a caminar los campos como el Quijote
que oculta el corazón de un Cervantes
preso, desconsolado y aburrido.

Y entonces tus palabras llegarán
a los corazones tristes y maltrechos
de quienes ansían creer tus fantasías
y amar y ser libres por un tiempo
y abrazar en el aire los instantes
que la vida les niega de otro modo.

Habrás tocado las fibras más sensibles
de la universal tragedia
de los seres humanos.
Compartirás ese amor que tanto anhelas
con el solitario y el miserable
y ambos creeran que existe
y serán felices un momento.

16 de abril de 2011

Instantánea

Y la garza, después de cuatro horas de espera, atacó con rapidez y eficacia. Atrapó un buen pez, exquisito alimento. Ahora estaba lista para quedarse inmóvil por otras cuatro horas.

13 de abril de 2011

Ímpetu (mamarrachos al reverso de una fotocopia)

Después de encontrar ese pedazo perdido, esa pieza faltante, sentí que volvía a ser más importante que la lluvia que caía sobre mi rostro, que el mundo que caía encima mío, que todo lo gris, oscuro y maligno. Recobré la locura olvidada y comencé a contarme, maravillado, historias nuevas y desconocidas.

Sentí el amor que desde hace un año no sentía. Nuevamente en mayo - qué curioso - me dieron esas ganas incontrolables de reír, que al ser notadas solo provocaban más risas y que desbordaban en carcajadas involuntarias e injustificadas si pensaba demasiado en ellas.

Sentí, con total seguridad, que el amor nada tiene que ver con estar al lado de la persona amada. El ser correspondido es apenas un accidente del tiempo y el espacio, una cosa exterior que en nada afecta lo que sucede por dentro. Si no me aman - al menos en este momento - no me importa. Importa que yo amo, no por alguna razón, sino porque me es imposible no amar.

Volví a ser más importante que la lluvia, y mi pluma es arrastrada por una fuerza conocida y olvidada de la que soy la más feliz víctima.

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Fe de Erratas:
Este texto, ya viejo, fue objeto de correcciones gramaticales absolutamente necesarias antes de ver la luz en este blog. Sin embargo, no pude eliminar ese uso erróneo de dos tiempos verbales sin sacrificar el sentido que buscaba en su momento. El error se queda. Hay defectos que son demasiado testarudos.

7 de abril de 2011

La inocencia de la cárcel

Jueves. Diez y treinta de la mañana. Dos reclusas empujan una caravana de niños montados en sus cochesitos, que avanza desde el patio administrativo del penal hacia la guardería. Detrás de ellos vienen los niños que ya pueden caminar. Se abren paso entre un grupo de guardias que conversan en el parqueadero. A su lado se alza un arrume de guacales, cajas plásticas de gaseosa y botellas de jugo fermentado. Los niños comienzan su rutina casi tres horas tarde.

La Cárcel del Buen Pastor había despertado esa madrugada con la llegada de un bus cargado de guardias, que venían a realizar un operativo sorpresa, después de que el presidente de la república anunciara la noche anterior la cancelación de los diálogos de paz con la guerrilla de las Farc. Desde las cinco de la mañana hasta las diez y treinta, los niños permanecieron con sus madres fuera de sus celdas, esperando en los patios que todo volviera a la normalidad.

Los niños avanzan a través de una cerca de malla verde y entran en un ambiente totalmente distinto. Un payaso sonriente pintado en la pared les da la bienvenida a su segundo hogar y las profesoras se apresuran a recibirlos. Los niños más pequeños son llevados a sala cuna y los más grandes entran en su salón y comienzan a jugar entre ellos.

Rezagada del grupo, Camila Chinchilla llega casi diez minutos tarde. A sus tres años de edad y con una estatura que rebasa la de los demás niños, entra con autoridad en su salón. Parece disgustada, seria. Se niega a jugar y bailar con los otros niños. Su actitud demuestra que ya comienza a afectarse por su entorno. De repente, una sonrisa sale de sus labios después de casi media hora de inexpresión y su rostro recupera los rasgos juguetones de su edad.

Habiendo pasado por todas las etapas posibles para un niño dentro de la cárcel, Camila es el ejemplo más completo de todos. Nació una noche de Navidad, cuando su madre cumplía siete meses de condena. No tiene familiares cercanos, ni conoce a su padre, quien simplemente no se hace responsable. Por esta razón no ha salido de la cárcel ni un fin de semana. No extraña la libertad que no conoce.

"Yo soy del quinto", responde Camila, sin titubear, cuando alguien le pregunta de dónde es. "Es allá arriba", añade, y señala la dirección en la que queda el patio No. 5, donde vive, en una celda que no duda llamar "casa". Sus ojos oscuros y grandes y su cabello castaño muy liso cortado hasta casi los hombros le dan una mirada picardía muy graciosa cuando lo dice.

Mientras los demás niños juegan con plastilina, ella sitúa su tablilla en medio de dos mesas y juega a vender comida, tal como lo hace su madre. Primero vende helados a $200, $400 y $600, siguiendo la ocupación materna. Luego amplía sus productos a carne frita, pescado, pollo o cualquier plato que se le cruce por la cabeza.

La hora del almuerzo ya se acerca, y Camila sale a jugar con sus compañeros. Ya son casi las once y treinta y para este momento deberían haber pasado dos descansos y dos horas de actividad en el salón. Los niños juegan un rato en los rodaderos de colores, o persiguiendo a "Simpson", un conejo blanco que permite que lo persigan, lo acaricien y lo molesten y luego pasan a comer.

Después del almuerzo, alrededor de las doce y treinta, Camila duerme su siesta en un salón dotado de camas para este fin. Cierra sus ojos con tranquilidad ignorando que ella pasa por el último estado por el que un niño puede pasar en una cárcel. Tiene tres años, y la ley obliga a su madre a separarse de ella. Será enviada en protección al Instituto Colombiano de Bienestar Familiar hasta que su madre cumpla la condena.

Esneida, su madre, parece ser una mujer fuerte. Tiene los mismo ojos oscuros de su hija, pero su piel es mucho más clara. Su cara refleja calma, observación. Sin embargo, sus ojos se inundan tan pronto se llega a este punto. Ella esperaba haber salido en junio del año pasado, con una libertad condicional que le fue negada cuando ya estaba lista la orden de salida. Ahora sabe que la impugnación que adelanta ante la Corte puede tardar mucho más que los papeles del ICBF que han demorado la partida de su hija.

No hay mucho que ella pueda hacer al respecto. Hace un tiempo, una madre se opuso a la entrega de su hijo, alegando que el niño no tenía la edad reglamentaria. Finalmente la convencieron de que su hijo estaba recibiendo mucho daño por estar allí, y ella lo entregó. Si no hubiera cedido, el incidente pudo haber aumentado su condena y el niño hubiera sido sacado de la cárcel de todas maneras.

Alrededor de las tres de la tarde, después del sueño y una hora de actividades, Camila se quita su uniforme y regresa con su madre. La acompaña a vender helados en la caseta del patio de visitas y juega con Arnold y Mónica, sus muñecos favoritos. Le da una vuelta o dos al patio en la bicicleta que recibió la Navidad pasada y la deja parqueada nuevamente. No le gusta la televisión, aunque se dice llamarse "María Belén" en honor a un niña que aparece en un programa de la tarde.

Le agrada estar con Noemí, una reclusa que es para ella como su abuelita, pero prefiere mantenerse cerca de su madre. A Esneida también le gusta esa cercanía. Porque la cárcel es un lugar peligroso, con muchos vicios latentes. Porque cada día a su lado puede ser el último.

Finalmente, la noche cae en el Buen Pastor. A las siete, los guardias hacen sonar los silbatos que anuncian el final del día. Camila se acuesta con su madre, en la cama que ella amplió con una tabla para dar más espacio a su hija. Camila cierra sus ojos y duerme tranquila. Aún no sabe que la cárcel no es lugar para una niña.

2 de abril de 2011

Algún día

La luz de un caluroso y radiante día se colaba con dificultad a través de la espesa y oscura cortina de mi habitación. Fuera de esta, todo rebozaba de alegría con el espectáculo del renacer del mundo.

No sabía con certeza la fecha ni la hora en la que vivía, pero mi futuro inmediato era claro para mí: había llegado el momento de afrontar otro episodio de lucha a muerte con mi espejo.

Avancé lentamente con los ojos cerrados hacia mi peor enemigo; inicialmente me costó algo de trabajo el poder ubicarme en ese campo de batalla. Entre maldicientes y soeces frases, abrí cuidadosamente los ojos. Sabía muy bien lo que sucedía: el maldito espejo reincidía en mostrarme el reflejo de un desconocido, ajeno a mi ser y a mi voluntad. Era una de tantas máscaras que solía utilizar para ocultar mi interior a los demás, pero ahora la aborrecía por no dejarme observarme a mí mismo.

Me llené de valor y, haciendo uso de todas mis fuerzas, retiré aquella aberración que había fabricado con esmero, pero, oh infortunio, ¡detrás de aquella grotesca máscara, se refugiaba otra forma de existencia que también había creado y, por supuesto, maldecía!

Pasé horas inútiles entre intempestivas y difíciles maniobras para desenmascararme y algunos descansos, torpes intentos de recuperar energías que cada vez eran más escasas. La verdad, no supe tampoco qué hora era cuando el sueño y el cansancio hicieron mella en mi voluntad. Caí en el suelo, invadido totalmente de un sueño profundo hasta que el calor de mi cuarto se hizo insoportable.

La luz de un caluroso y radiante día se colaba con dificultad a través de la espesa y oscura cortina de mi habitación...