La luz de un caluroso y radiante día se colaba con dificultad a través de la espesa y oscura cortina de mi habitación. Fuera de esta, todo rebozaba de alegría con el espectáculo del renacer del mundo.
No sabía con certeza la fecha ni la hora en la que vivía, pero mi futuro inmediato era claro para mí: había llegado el momento de afrontar otro episodio de lucha a muerte con mi espejo.
Avancé lentamente con los ojos cerrados hacia mi peor enemigo; inicialmente me costó algo de trabajo el poder ubicarme en ese campo de batalla. Entre maldicientes y soeces frases, abrí cuidadosamente los ojos. Sabía muy bien lo que sucedía: el maldito espejo reincidía en mostrarme el reflejo de un desconocido, ajeno a mi ser y a mi voluntad. Era una de tantas máscaras que solía utilizar para ocultar mi interior a los demás, pero ahora la aborrecía por no dejarme observarme a mí mismo.
Me llené de valor y, haciendo uso de todas mis fuerzas, retiré aquella aberración que había fabricado con esmero, pero, oh infortunio, ¡detrás de aquella grotesca máscara, se refugiaba otra forma de existencia que también había creado y, por supuesto, maldecía!
Pasé horas inútiles entre intempestivas y difíciles maniobras para desenmascararme y algunos descansos, torpes intentos de recuperar energías que cada vez eran más escasas. La verdad, no supe tampoco qué hora era cuando el sueño y el cansancio hicieron mella en mi voluntad. Caí en el suelo, invadido totalmente de un sueño profundo hasta que el calor de mi cuarto se hizo insoportable.
La luz de un caluroso y radiante día se colaba con dificultad a través de la espesa y oscura cortina de mi habitación...
No sabía con certeza la fecha ni la hora en la que vivía, pero mi futuro inmediato era claro para mí: había llegado el momento de afrontar otro episodio de lucha a muerte con mi espejo.
Avancé lentamente con los ojos cerrados hacia mi peor enemigo; inicialmente me costó algo de trabajo el poder ubicarme en ese campo de batalla. Entre maldicientes y soeces frases, abrí cuidadosamente los ojos. Sabía muy bien lo que sucedía: el maldito espejo reincidía en mostrarme el reflejo de un desconocido, ajeno a mi ser y a mi voluntad. Era una de tantas máscaras que solía utilizar para ocultar mi interior a los demás, pero ahora la aborrecía por no dejarme observarme a mí mismo.
Me llené de valor y, haciendo uso de todas mis fuerzas, retiré aquella aberración que había fabricado con esmero, pero, oh infortunio, ¡detrás de aquella grotesca máscara, se refugiaba otra forma de existencia que también había creado y, por supuesto, maldecía!
Pasé horas inútiles entre intempestivas y difíciles maniobras para desenmascararme y algunos descansos, torpes intentos de recuperar energías que cada vez eran más escasas. La verdad, no supe tampoco qué hora era cuando el sueño y el cansancio hicieron mella en mi voluntad. Caí en el suelo, invadido totalmente de un sueño profundo hasta que el calor de mi cuarto se hizo insoportable.
La luz de un caluroso y radiante día se colaba con dificultad a través de la espesa y oscura cortina de mi habitación...
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